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El desorden es imprescindible

Libros apilados por temática, libros señalados con papeles usados para otra cosa, anotaciones dispersas sobre una mesa. El puzzle de una actividad que siempre es inútil, como acumular archivos con textos sin conexión entre sí. Por algún motivo, siempre, aparecen las conexiones. No se trata de la acción solapada de un algoritmo, sino de cierto naturalismo de la causalidad. Debe ser por eso que no me interesan los listados, ni los textos que enumeran objetos de manera extensa. Si quieren hacer literatura con una enumeración, bueno, describan cada uno de esos objetos sin mencionarlos. Ejercicio de taller mecánico: describa un bulón, estilo críptico, estilo periodístico, estilo psicoanalítico. Describa el borde de una repisa como si se tratara del bies de un pliegue de una estatua tan enorme como nuestro planeta. Vamos, trabaje como si todo ese ejercicio sirviera de algo. Pero no sirve. Justamente, la lectura más importante es la inútil, esa que no produce ganancia alguna. Pero que dep
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Nadie en el vacío

En esta rutina absurda -pero necesaria- contemplé (de lejos y con poca esperanza), un film que Netflix promociona como válido en el género terror espacial (como si Alien y sus secuelas no hubiesen agotado el todo y sus partes, oh, Eisenstein dixit). El film se titula Life, y el casting nos pone en escena a una buena cantidad de actores icónicos de los últimos 5 años. Uno de ellos muere desangrado (la sangre flota en la estación espacial por falta de gravedad), por la intrusión del organismo marciano que fue despertado por un científico negro fanatizado. Era un negro con esperanzas pese a ser paralítico. Un negro al fin. Peor mensaje imposible. Volvamos a la rutina. Mi editor es posible que vuelva de España mañana, todo depende de Aerolíneas Argentinas y que el vuelo no se cancele desde Madrid. Mientras tanto, he de contar sobre su travesía desde Jordania a Dubai y de Dubai a Madrid. El pibe es de viajar, le gusta eso. Viajar es adictivo, lo digo yo que manejo como un obsesivo que soy.

El barco fantasma

Lo que parecía una broma exagerada por la intervención mediática global terminó siendo un coto de caza sin fronteras. El estado viral predomina. Qué hacer para no, qué hacer mientras tanto. El tema es el punto fijo, estar detenido, experimentar el tiempo detrás de un rectángulo de luz, desde una ventana a una pantalla, en cualquier formato. Luego llegan las comunicaciones, entre oficiales e informativas: ninguna trae certeza como el diálogo. Creo que en la biografía de Osvaldo Lamborghini de Strafacce se narra que el escritor adolescente frecuentaba los bares de Quequén / Necochea para escuchar las historias de los marineros. Lo mismo hacía Melville. Del mar llegan varios misterios, como el de las sirenas y su extraño encanto. O el de los barcos fantasma. Diego A. es uno de mis sobrinos. Hace diez días salió de Buenos Aires en vuelo hacia Australia, pero vía Estambul. Su destino es laboral: subir a un crucero de lujo de bandera británica para trabajar durante varios meses en alta mar

Escriban antes de morir

Este blog palpita anal, como un estertor, como una diarrea insigne, a la espera de las palabras definitorias del universo mortal que nos aguarda. Nuestro guía espiritual, nuestro sorete interplanetario, Claudio María Domínguez, mutará su piel por la de un alien sin tetas. Qué feroz la analogía agónica. Omar Genovese