Libros apilados por temática, libros señalados con papeles
usados para otra cosa, anotaciones dispersas sobre una mesa. El puzzle de una
actividad que siempre es inútil, como acumular archivos con textos sin conexión
entre sí. Por algún motivo, siempre, aparecen las conexiones. No se trata de la
acción solapada de un algoritmo, sino de cierto naturalismo de la causalidad.
Debe ser por eso que no me interesan los listados, ni los textos que enumeran
objetos de manera extensa. Si quieren hacer literatura con una enumeración,
bueno, describan cada uno de esos objetos sin mencionarlos. Ejercicio de taller
mecánico: describa un bulón, estilo críptico, estilo periodístico, estilo
psicoanalítico. Describa el borde de una repisa como si se tratara del bies de
un pliegue de una estatua tan enorme como nuestro planeta. Vamos, trabaje como
si todo ese ejercicio sirviera de algo.
Pero no sirve. Justamente, la lectura más importante es la
inútil, esa que no produce ganancia alguna. Pero que deposita una costra cuya
densidad modifica la mirada del entorno. Ese resto que revoluciona al ser, como
pedía Kafka. Sin ser inquietante, con todo normado, liso como superficie para
deslizar los ojos en vez de leer, el lector se convierte en un consumidor de
placebo. Está enchufado, endovenoso, para agonizar con el texto mismo.
Luego surge la lógica del verosímil, las imposiciones de la
continuidad del cine pero en la razón de género. Connolly sacude eso con lo
fantástico. El efecto de lo real hace que la literatura se revuelva como un
antídoto involuntario a tanta verdad embrutecida. A la imposibilidad devaluada
del erotismo, debemos agregar la pornografía de la tortura y el homicidio más
salvaje. Esta indolencia produce una malla insensible, una forma consciente de
hacer objeto al sujeto, donde lo humano cede ante la lógica del perpetrador de
la tortura. Porque ese dolor, de tan ajeno, resulta nimio, mero procedimiento.
Por eso la literatura del “procedimiento” trata al cuerpo de la lengua como si
fuera tan extraño, como si no fuera órgano de nuestra enunciación como sujetos.
La única forma de salir del encierro por amenaza de lo
invisible es pensando en cómo construir un laberinto en lo amorfo del exceso
discursivo. Eso sí, fuera de mi vista, almitas sensibles…
Omar Genovese
Ahhhh me encantó!
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