Lo que parecía una broma exagerada por la intervención mediática global terminó siendo un coto de caza sin fronteras. El estado viral predomina. Qué hacer para no, qué hacer mientras tanto. El tema es el punto fijo, estar detenido, experimentar el tiempo detrás de un rectángulo de luz, desde una ventana a una pantalla, en cualquier formato. Luego llegan las comunicaciones, entre oficiales e informativas: ninguna trae certeza como el diálogo.
Creo que en la biografía de Osvaldo Lamborghini de Strafacce se narra que el escritor adolescente frecuentaba los bares de Quequén / Necochea para escuchar las historias de los marineros. Lo mismo hacía Melville. Del mar llegan varios misterios, como el de las sirenas y su extraño encanto. O el de los barcos fantasma.
Diego A. es uno de mis sobrinos. Hace diez días salió de Buenos Aires en vuelo hacia Australia, pero vía Estambul. Su destino es laboral: subir a un crucero de lujo de bandera británica para trabajar durante varios meses en alta mar. Lo logró en Brisbane y de allí envió un mensaje (en esa botella que ahora resulta WhatsApp): "Acá el barco viene con la mitad de pasajeros, estamos trabajando muy poco. Está todo muy raro, hoy zarpamos hacia Sidney".
En menos de una semana todo cambió. A Boris Johnson lo quieren pasar por debajo de la quilla de la isla y el virus avanza en el independizado reino a la italiana, o peor: a la española, "sigamos como si nada pasa, por algo somos lo que somos".
Hoy recibí otro mensaje: "Tío, llegamos a Sidney y el capitán bajó a todos los pasajeros menos a 50 viejitos que no están en condiciones de viajar en avión, pero están sanos. Debían subir 700 pasajeros pero no los dejaron subir, quedamos vacíos. El capitán me dijo que era lo mejor, con lo que pasó con el crucero en Japón, la tripulación sana puede llegar a Inglaterra sin problemas, cargando combustible en Sidney y luego en Durban, Sudáfrica, podemos recorrer las 6000 millas sin hacer escalas, que es lo más sano. Estamos muy bien, vamos a trabajar turnos de menos horas, con tareas de mantenimiento. Son 25 días de viaje, después, al llegar, vemos qué hace la naviera con nosotros."
Lo importante es que está lejos del contagio. La marinería, hasta hoy, siempre fue una profesión de alto riesgo, toda desgracia podía ocurrir en el mar: de piratas a epidemias, de tormentas a torpedos, y todo tipo de imprevistos, como la rotura de la vela mayor o el timón. El barco donde viaja Diego A. hoy es el lugar más seguro del mundo, tal vez como la Estación Espacial Internacional. Un barco en el océano Índico, una cápsula orbitando fuera de la atmósfera. Tal vez nuestra opción terrestre, sin recursos, es hacer un pozo y escondernos, anticipando la tumba que espera.
Omar Genovese
Creo que en la biografía de Osvaldo Lamborghini de Strafacce se narra que el escritor adolescente frecuentaba los bares de Quequén / Necochea para escuchar las historias de los marineros. Lo mismo hacía Melville. Del mar llegan varios misterios, como el de las sirenas y su extraño encanto. O el de los barcos fantasma.
Diego A. es uno de mis sobrinos. Hace diez días salió de Buenos Aires en vuelo hacia Australia, pero vía Estambul. Su destino es laboral: subir a un crucero de lujo de bandera británica para trabajar durante varios meses en alta mar. Lo logró en Brisbane y de allí envió un mensaje (en esa botella que ahora resulta WhatsApp): "Acá el barco viene con la mitad de pasajeros, estamos trabajando muy poco. Está todo muy raro, hoy zarpamos hacia Sidney".
En menos de una semana todo cambió. A Boris Johnson lo quieren pasar por debajo de la quilla de la isla y el virus avanza en el independizado reino a la italiana, o peor: a la española, "sigamos como si nada pasa, por algo somos lo que somos".
Hoy recibí otro mensaje: "Tío, llegamos a Sidney y el capitán bajó a todos los pasajeros menos a 50 viejitos que no están en condiciones de viajar en avión, pero están sanos. Debían subir 700 pasajeros pero no los dejaron subir, quedamos vacíos. El capitán me dijo que era lo mejor, con lo que pasó con el crucero en Japón, la tripulación sana puede llegar a Inglaterra sin problemas, cargando combustible en Sidney y luego en Durban, Sudáfrica, podemos recorrer las 6000 millas sin hacer escalas, que es lo más sano. Estamos muy bien, vamos a trabajar turnos de menos horas, con tareas de mantenimiento. Son 25 días de viaje, después, al llegar, vemos qué hace la naviera con nosotros."
Lo importante es que está lejos del contagio. La marinería, hasta hoy, siempre fue una profesión de alto riesgo, toda desgracia podía ocurrir en el mar: de piratas a epidemias, de tormentas a torpedos, y todo tipo de imprevistos, como la rotura de la vela mayor o el timón. El barco donde viaja Diego A. hoy es el lugar más seguro del mundo, tal vez como la Estación Espacial Internacional. Un barco en el océano Índico, una cápsula orbitando fuera de la atmósfera. Tal vez nuestra opción terrestre, sin recursos, es hacer un pozo y escondernos, anticipando la tumba que espera.
Omar Genovese
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